El pacifista de izquierda argentino-israelí Mario Wainstein, uno de los fundadores del movimiento Shalom Ajshav (Paz Ahora), opina sobre el ataque masivo a Gaza que está teniendo lugar en estos días:
El 1 de abril de 1959, cuando en Israel no había televisión y Kol Israel tenía una única estación de radio, el locutor anunció en horas de la tarde que se haría un anuncio ``sumamente importante''. En la Knéset se vivieron momentos de conmoción y expectativa, hasta que en el noticiero de las 21 se anunció la movilización de tres unidades de la reserva, que respondían a nombres en código.
Una de esas claves era ``patos de agua'', razón por la cual pasó así a la historia.
Menajem Beguin, líder del partido nacionalista Jerut, entonces en la oposición, subió al podio y anunció que ``Si nuestro ejército es llamado a la acción estaremos con él todos, sin excepción, como siempre hemos estado''. Poco después anunciaba el ministro de Finanzas, Levy Eshkol, que había hablado con el primer ministro y titular de Defensa, David Ben Gurión, que se encontraba en Tel Aviv, que se trataba de un lamentable error y no había pasado nada.
Debido a ese error -se trataba de una especie de ensayo de movilización pública- se desplazó al jefe de operaciones del Estado Mayor, Meir Zorea, que intercambió cargos con quien entonces era jefe del Distrito Norte, Itzjak Rabin, abriendo así el camino de la brillante carrera de éste.
La razón por la cual recuerdo ahora este episodio, es la reacción de Beguin, propia de la derecha por lo menos en Israel: si hay guerra estoy de acuerdo y apoyo. En todo caso discutiremos después si la guerra estuvo bien conducida, pero nunca si de verdad era necesaria. El mismo modelo tuvo lugar en la reciente Guerra del Líbano.
De manera que si la derecha reivindica ahora una acción militar de cualquier tipo en Gaza, ello es natural, propio de la naturaleza de quien hace la propuesta. Se trata de una reivindicación que no se entiende claramente por qué llega con una carga de crítica al Gobierno que no reacciona, como les gusta decir. Qué más hay que esperar, dicen, después de ocho años de estar los habitantes de la zona lindante con Gaza en constante ataque.
(Uno se pregunta, por qué no actuaron cuando fueron ellos Gobierno, y fue durante la mayor parte de ese lapso. Pero dejémonos de pequeñeces.)
Uno de los estribillos que más se oyen, en esta época de elecciones, es el de que la desconexión, es decir, la evacuación y retirada de Gaza, ha llevado a que Sderot y alrededores vivan bajo una constante amenaza y lluvia de proyectiles. Uno está tentado de decirles, como a los niños: hay que elegir uno de dos argumentos: ocho años de soportar ataques, o desconexión como causal. Ambas cosas son incompatibles simultáneamente porque la desconexión es del verano de 2005 y ocho años es más del doble de eso.
Los ataques desde Gaza con cohetes existen desde que Hamás y sus secuaces tienen cohetes. Es verdad que los ataques se intensificaron desde la desconexión, en parte debido a ella y en gran medida debido a la victoria electoral de Hamás poco después de la retirada y poco antes de las elecciones en Israel.
Todo esto debe decirse, porque lo que está sucediendo en estos días es radicalmente diferente. Ya no se trata de una exigencia de la derecha, que puede ser, como demuestra el ejemplo de Beguin, un reflejo condicionado automático, sino una posibilidad que gente muy lejana de las posturas belicistas y muy a favor del diálogo y la negociación, como por ejemplo yo mismo, ven como real y quizás incluso necesaria.
El deber primero de un Estado es brindar seguridad física a sus ciudadanos. En el contrato social que tácitamente todos firmamos, renunciamos voluntariamente a gran parte de nuestra libertad a favor de un apoyo y una defensa más grandes que los únicamente nuestros en cuestiones que nos son fundamentales. Si la gente de Sderot y alrededores tienen que arreglarse como puedan frente a los ataques de Gaza, no necesitan al Estado y tienen todo el derecho de negarse a pagar impuestos, de no enrolarse en las filas del Ejército e incluso de adiestrar a milicias propias para que los defiendan de la agresión.
Dado que hemos probado todas las vías imaginables para impedir las agresiones, tanto las militares mesuradas como las diplomáticas, incluida la retirada y evacuación de todo el territorio de la Franja de Gaza, y dado que no lo hemos logrado, quedan dos alternativas: decidir que no lo podemos impedir, como quisiera Hamás, y evacuar Sderot, después Ashkelon y después Ashdod, y así sucesivamente, o decidir que es suficiente: la línea de frontera de 1967 deberá ser defendida por todos los medios a disposición de cualquier Estado soberano que se precie, y nadie podrá osar hacer caer ni un pelo de un ciudadano israelí en esta parte de la frontera.
Hemos llegado a la segunda de las decisiones, porque la primera es suicida. La desconexión nos tiene que dar la legitimidad para la acción, ya no sólo en la arena internacional, sino en la más importante, la interna, la que lleva a crear un amplio consenso de pared a pared.
Que sepa todo el mundo, amigos y enemigos, que Israel defenderá su línea de frontera con todos los medios a su disposición y en la forma en que lo considere correcto. Aquí no habrá ``justa medida'' sino una firme decisión de lograr los objetivos.
Para eso se necesita, antes que nada, saber cuáles son esos objetivos, es decir, qué queremos. Creo que se puede enunciar así: lograr que nadie sea agredido dentro del territorio soberano del Estado de Israel por fuerzas enemigas externas. No menos que eso, tampoco más. No hay ninguna diferencia entre Sderot y Tel Aviv desde el punto de vista político o legal. La diferencia reside sólo en la cercanía a la línea de frontera con Gaza: si pudiesen llegar a Tel Aviv con sus proyectiles, lo harían con gusto, no es que tienen especial odio a los judíos que viven en Sderot. Por lo tanto, la reacción a un misil en Sderot debe equivaler a la de un misil en Tel Aviv.
Lo segundo, es actuar con suma prudencia. Es muy fácil aplicar remedios que después resultan peores que la enfermedad que pretendían combatir. No tenemos ningún interés en ocupar Gaza y su alrededor de millón y medio de habitantes y por lo tanto no hay que apresurarse a entrar con fuerzas de infantería. Si ello fuese necesario, debe estar también bien claro para qué, por cuánto tiempo y cómo y cuándo se sale. A la entrada de la Franja debe apostarse un portero: al que no sepa decir cómo se sale, no se le permite entrar.
Lo tercero es saber que esto no es un picnic: puede durar mucho tiempo, demandará un precio doloroso inevitable y a partir de determinado momento deberá enfrentar a sostenidas presiones internacionales. Deberemos tratar por todos los medios de reducir el sufrimiento de la población civil a ambos lados de la frontera, pero no lo podremos evitar, sobre todo porque Hamás no dudará en disparar usando a la población civil como escudo humano.
Este escenario todavía se puede evitar, aunque esa posibilidad es remota. Para ello se requiere tan sólo que se deje de atacar a la población civil israelí. A esta altura de los acontecimientos, ello parece mucho pedir. Si Israel entra, por lo tanto, a la respuesta militar que tanto ha tratado de evitar, deberá persistir en ella hasta el final, hasta lograr los objetivos, cueste lo que cueste.
Autor: Mario Wainstein
Una de esas claves era ``patos de agua'', razón por la cual pasó así a la historia.
Menajem Beguin, líder del partido nacionalista Jerut, entonces en la oposición, subió al podio y anunció que ``Si nuestro ejército es llamado a la acción estaremos con él todos, sin excepción, como siempre hemos estado''. Poco después anunciaba el ministro de Finanzas, Levy Eshkol, que había hablado con el primer ministro y titular de Defensa, David Ben Gurión, que se encontraba en Tel Aviv, que se trataba de un lamentable error y no había pasado nada.
Debido a ese error -se trataba de una especie de ensayo de movilización pública- se desplazó al jefe de operaciones del Estado Mayor, Meir Zorea, que intercambió cargos con quien entonces era jefe del Distrito Norte, Itzjak Rabin, abriendo así el camino de la brillante carrera de éste.
La razón por la cual recuerdo ahora este episodio, es la reacción de Beguin, propia de la derecha por lo menos en Israel: si hay guerra estoy de acuerdo y apoyo. En todo caso discutiremos después si la guerra estuvo bien conducida, pero nunca si de verdad era necesaria. El mismo modelo tuvo lugar en la reciente Guerra del Líbano.
De manera que si la derecha reivindica ahora una acción militar de cualquier tipo en Gaza, ello es natural, propio de la naturaleza de quien hace la propuesta. Se trata de una reivindicación que no se entiende claramente por qué llega con una carga de crítica al Gobierno que no reacciona, como les gusta decir. Qué más hay que esperar, dicen, después de ocho años de estar los habitantes de la zona lindante con Gaza en constante ataque.
(Uno se pregunta, por qué no actuaron cuando fueron ellos Gobierno, y fue durante la mayor parte de ese lapso. Pero dejémonos de pequeñeces.)
Uno de los estribillos que más se oyen, en esta época de elecciones, es el de que la desconexión, es decir, la evacuación y retirada de Gaza, ha llevado a que Sderot y alrededores vivan bajo una constante amenaza y lluvia de proyectiles. Uno está tentado de decirles, como a los niños: hay que elegir uno de dos argumentos: ocho años de soportar ataques, o desconexión como causal. Ambas cosas son incompatibles simultáneamente porque la desconexión es del verano de 2005 y ocho años es más del doble de eso.
Los ataques desde Gaza con cohetes existen desde que Hamás y sus secuaces tienen cohetes. Es verdad que los ataques se intensificaron desde la desconexión, en parte debido a ella y en gran medida debido a la victoria electoral de Hamás poco después de la retirada y poco antes de las elecciones en Israel.
Todo esto debe decirse, porque lo que está sucediendo en estos días es radicalmente diferente. Ya no se trata de una exigencia de la derecha, que puede ser, como demuestra el ejemplo de Beguin, un reflejo condicionado automático, sino una posibilidad que gente muy lejana de las posturas belicistas y muy a favor del diálogo y la negociación, como por ejemplo yo mismo, ven como real y quizás incluso necesaria.
El deber primero de un Estado es brindar seguridad física a sus ciudadanos. En el contrato social que tácitamente todos firmamos, renunciamos voluntariamente a gran parte de nuestra libertad a favor de un apoyo y una defensa más grandes que los únicamente nuestros en cuestiones que nos son fundamentales. Si la gente de Sderot y alrededores tienen que arreglarse como puedan frente a los ataques de Gaza, no necesitan al Estado y tienen todo el derecho de negarse a pagar impuestos, de no enrolarse en las filas del Ejército e incluso de adiestrar a milicias propias para que los defiendan de la agresión.
Dado que hemos probado todas las vías imaginables para impedir las agresiones, tanto las militares mesuradas como las diplomáticas, incluida la retirada y evacuación de todo el territorio de la Franja de Gaza, y dado que no lo hemos logrado, quedan dos alternativas: decidir que no lo podemos impedir, como quisiera Hamás, y evacuar Sderot, después Ashkelon y después Ashdod, y así sucesivamente, o decidir que es suficiente: la línea de frontera de 1967 deberá ser defendida por todos los medios a disposición de cualquier Estado soberano que se precie, y nadie podrá osar hacer caer ni un pelo de un ciudadano israelí en esta parte de la frontera.
Hemos llegado a la segunda de las decisiones, porque la primera es suicida. La desconexión nos tiene que dar la legitimidad para la acción, ya no sólo en la arena internacional, sino en la más importante, la interna, la que lleva a crear un amplio consenso de pared a pared.
Que sepa todo el mundo, amigos y enemigos, que Israel defenderá su línea de frontera con todos los medios a su disposición y en la forma en que lo considere correcto. Aquí no habrá ``justa medida'' sino una firme decisión de lograr los objetivos.
Para eso se necesita, antes que nada, saber cuáles son esos objetivos, es decir, qué queremos. Creo que se puede enunciar así: lograr que nadie sea agredido dentro del territorio soberano del Estado de Israel por fuerzas enemigas externas. No menos que eso, tampoco más. No hay ninguna diferencia entre Sderot y Tel Aviv desde el punto de vista político o legal. La diferencia reside sólo en la cercanía a la línea de frontera con Gaza: si pudiesen llegar a Tel Aviv con sus proyectiles, lo harían con gusto, no es que tienen especial odio a los judíos que viven en Sderot. Por lo tanto, la reacción a un misil en Sderot debe equivaler a la de un misil en Tel Aviv.
Lo segundo, es actuar con suma prudencia. Es muy fácil aplicar remedios que después resultan peores que la enfermedad que pretendían combatir. No tenemos ningún interés en ocupar Gaza y su alrededor de millón y medio de habitantes y por lo tanto no hay que apresurarse a entrar con fuerzas de infantería. Si ello fuese necesario, debe estar también bien claro para qué, por cuánto tiempo y cómo y cuándo se sale. A la entrada de la Franja debe apostarse un portero: al que no sepa decir cómo se sale, no se le permite entrar.
Lo tercero es saber que esto no es un picnic: puede durar mucho tiempo, demandará un precio doloroso inevitable y a partir de determinado momento deberá enfrentar a sostenidas presiones internacionales. Deberemos tratar por todos los medios de reducir el sufrimiento de la población civil a ambos lados de la frontera, pero no lo podremos evitar, sobre todo porque Hamás no dudará en disparar usando a la población civil como escudo humano.
Este escenario todavía se puede evitar, aunque esa posibilidad es remota. Para ello se requiere tan sólo que se deje de atacar a la población civil israelí. A esta altura de los acontecimientos, ello parece mucho pedir. Si Israel entra, por lo tanto, a la respuesta militar que tanto ha tratado de evitar, deberá persistir en ella hasta el final, hasta lograr los objetivos, cueste lo que cueste.
Autor: Mario Wainstein
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