Manuel Molares do Val
http://blogs.periodistadigital.com/cronicasbarbaras.php
Hijo de musulmán negro y de blanca-anglosajona-protestante, WASP, Barack Hussein Obama está rodeándose de asesores judíos igual que hicieron George W. Bush, Clinton y tantos otros dirigentes estadounidenses.
Su jefe de Gabinete, realmente más poderoso que el católico vicepresidente Joe Biden, es el congresista Rahm Israel Emanuel; su consejero económico más conocido es Joe Volcker, expresidente de la Reserva Federal, también judío, y su asesora de asuntos internos, la gobernadora de Illinois, Jennifer Granholm, tiene origen sueco y apellido hebreo; y hay bastantes más.
Resultará fascinante ver a Hussein y a Israel regir el país más poderoso del mundo, pero más didáctico será analizar por qué los dirigentes estadounidenses se rodean de judíos.
Los antisemitas lo achacan a la conspiración sionista de “Los protocolos de los sabios de Sión”, panfleto creado por la policía secreta rusa en 1903 para justificar sus pogromos, útil para el exterminio nazi de seis millones de judíos, y usado aún para justificar el odio a un pueblo más irreligioso que devoto.
El éxito de los judíos estadounidenses es el reverso de odio que provocan entre gentes acomplejadas, envidiosas y resentidas, que necesitan culpar de sus fracasos a quienes triunfan intelectual o económicamente en una misma sociedad.
Ese éxito se debe exclusivamente al constante estudio y esfuerzo que se transmiten de generación en generación desde hace milenios.
Su mayor preparación, imaginación y competitividad fustiga envidias entre vagos e inútiles. Pero en sociedades ingeniosas como la estadounidense, son motores del progreso.
Y son útiles en toda circunstancia: siempre dieron científicos como Einstein, o grandes pensadores como Karl Marx y los Hermanos Marx.
Aunque los judíos del futuro, con ética de estudio, talento y trabajo similares, serán los asiáticos del Extremo Oriente. Que además son muchísimos.
Su jefe de Gabinete, realmente más poderoso que el católico vicepresidente Joe Biden, es el congresista Rahm Israel Emanuel; su consejero económico más conocido es Joe Volcker, expresidente de la Reserva Federal, también judío, y su asesora de asuntos internos, la gobernadora de Illinois, Jennifer Granholm, tiene origen sueco y apellido hebreo; y hay bastantes más.
Resultará fascinante ver a Hussein y a Israel regir el país más poderoso del mundo, pero más didáctico será analizar por qué los dirigentes estadounidenses se rodean de judíos.
Los antisemitas lo achacan a la conspiración sionista de “Los protocolos de los sabios de Sión”, panfleto creado por la policía secreta rusa en 1903 para justificar sus pogromos, útil para el exterminio nazi de seis millones de judíos, y usado aún para justificar el odio a un pueblo más irreligioso que devoto.
El éxito de los judíos estadounidenses es el reverso de odio que provocan entre gentes acomplejadas, envidiosas y resentidas, que necesitan culpar de sus fracasos a quienes triunfan intelectual o económicamente en una misma sociedad.
Ese éxito se debe exclusivamente al constante estudio y esfuerzo que se transmiten de generación en generación desde hace milenios.
Su mayor preparación, imaginación y competitividad fustiga envidias entre vagos e inútiles. Pero en sociedades ingeniosas como la estadounidense, son motores del progreso.
Y son útiles en toda circunstancia: siempre dieron científicos como Einstein, o grandes pensadores como Karl Marx y los Hermanos Marx.
Aunque los judíos del futuro, con ética de estudio, talento y trabajo similares, serán los asiáticos del Extremo Oriente. Que además son muchísimos.
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