Por Alfonso Rojo
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Esto va fatal. No sé si les ocurre lo mismo que a mí, pero tengo la angustiosa sensación de que el planeta va cuesta abajo. Es paradójico, porque casi todas las amenazas que marcaron el siglo pasado, se han desvanecido.
El Muro de Berlín está repartido por los parques como elemento decorativo. El Bloque Soviético se ha desmoronado y los agentes del KGB han fichado por la mafia o prosperan en los negocios. China ha despertado y en lugar de atacarnos con oleadas de guardias rojos, nos envía quincalla al por mayor. La tecnología ha avanzado una barbaridad y los dentistas ya no hacen daño más que con la factura.
Hasta tenemos un presidente en EE.UU. cargado de empuje, buenas intenciones, y espíritu renovador.
Pues a pesar de Obama, no me llega la camisa al cuerpo. Y la causa de mis desvelos no está en el cambio climático o en la certeza de que el petróleo es finito. Ni siquiera en lo mal que va la economía.
Lo angustioso es la sensación de que estamos en manos de incapaces. Repasando la Historia, uno encuentra etapas en las que los dirigentes no estuvieron a la altura de las circunstancias, pero no he localizado una sola en la que el despiste de las élites fuera tan general y la pérdida de valores tan extendida.
Los «dueños del universo», los que desde la política, la empresa o las finanzas han estado llevándoselo crudo durante tres décadas, no parecen darse cuenta de el tinglado ha saltado en pedazos y que, por culpa de ellos, sufre gente real.
Se hacen pronósticos y cada vez son más quienes se aferran a la teoría de los ciclos y se consuelan diciendo que después de las flacas vendrán otra vez las gordas, pero ideas brillantes, propuestas innovadores e iniciativas audaces brillan por su ausencia.
Todo lo que se les ocurre es repetir como un mantra que la solución es reactivar el consumo, tratando de obviar que el cataclismo no tiene un origen psicológico y por tanto no es ni coyuntural ni pasajero. Aquí lo que ha fallado es el modelo.
El Muro de Berlín está repartido por los parques como elemento decorativo. El Bloque Soviético se ha desmoronado y los agentes del KGB han fichado por la mafia o prosperan en los negocios. China ha despertado y en lugar de atacarnos con oleadas de guardias rojos, nos envía quincalla al por mayor. La tecnología ha avanzado una barbaridad y los dentistas ya no hacen daño más que con la factura.
Hasta tenemos un presidente en EE.UU. cargado de empuje, buenas intenciones, y espíritu renovador.
Pues a pesar de Obama, no me llega la camisa al cuerpo. Y la causa de mis desvelos no está en el cambio climático o en la certeza de que el petróleo es finito. Ni siquiera en lo mal que va la economía.
Lo angustioso es la sensación de que estamos en manos de incapaces. Repasando la Historia, uno encuentra etapas en las que los dirigentes no estuvieron a la altura de las circunstancias, pero no he localizado una sola en la que el despiste de las élites fuera tan general y la pérdida de valores tan extendida.
Los «dueños del universo», los que desde la política, la empresa o las finanzas han estado llevándoselo crudo durante tres décadas, no parecen darse cuenta de el tinglado ha saltado en pedazos y que, por culpa de ellos, sufre gente real.
Se hacen pronósticos y cada vez son más quienes se aferran a la teoría de los ciclos y se consuelan diciendo que después de las flacas vendrán otra vez las gordas, pero ideas brillantes, propuestas innovadores e iniciativas audaces brillan por su ausencia.
Todo lo que se les ocurre es repetir como un mantra que la solución es reactivar el consumo, tratando de obviar que el cataclismo no tiene un origen psicológico y por tanto no es ni coyuntural ni pasajero. Aquí lo que ha fallado es el modelo.
Malos tiempos, élites incompetentes, diversión asegurada. Eso sí, si vivimos para contarlo.
1 comentario:
Lo dicho: todos al "estupidorio"
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