¿Con quién luchamos?
Gabriel ALBIAC
Gabriel ALBIAC
A las guerras se va para ganarlas. O uno se queda en casa. Entrar en guerra como quien va a un rastrillo de caridad puede llegar a ser muy fotogénico para el ministro que hace turismo, de vez en cuando, por las seguras retaguardias. Para aquel otro a quien su oficio fuerza a hacer guardia en primera línea, es mortal. Literalmente. Antes o después, una bala se lo llevará por delante, mientras le ordenan poner cara de enfermera de la Cruz Roja. Y su ministro, entonces, se ocupará de dejar bien claro que el muerto no combatía, que el ejército español está para morir, si así place al enemigo; pero no mata.
Morir mola; matar es facha. ¿A qué han ido las tropas del ejército español a un Afganistán que es hoy el punto más peligroso del planeta? A ganar una guerra, se supone. La que empezó en Nueva York un 11 septiembre de hace ya siete años. La que tiene como frentes esenciales, desde entonces, Afganistán e Irak: diques de contención de una ofensiva islamista que, de no ser derrotada allí, dará su final batalla sobre el continente europeo.
Con todo a su favor para ganarla. Hubiera tenido lógica enviar al ejército español a ambos frentes de combate. A hacer la guerra. O no enviar ningún soldado a ningún sitio, y proceder a la lógica que cifra el corpus doctrinario de la sensible ministra pacifista del pacifista y sensible presidente Zapatero: disolver el ejército y suplirlo por una red de onegés asistenciales.
Desertar en nombre de la paz del frente iraquí, al mismo tiempo que se enviaban «tropas de paz» -insuficientes para defenderse pero bastantes para hacerse matar- al frente afgano, es uno de los chistes más negros que ha dado la siempre tragicómica política española. Antes de enviar tropas -o, en su defecto, camilleros- a un territorio en guerra, es preciso explicitar los objetivos; que se alcancen o no, que todo acabe en victoria o derrota, es otra historia.
Cuando los Estados Unidos planifican la tenaza estratégica sobre Aganistán e Irak, el objetivo es transparente: quebrar, en el país sin Estado que era Afganistán, el mayor campo de entrenamiento yihadista del planeta; asentar, en Irak, una cuña democrática con la cual resquebrajar la monolítica financiación del yihadismo con cargo a los petrodólares del Golfo. Ambas operaciones se han revelado, al cabo, más difíciles de lo que cálculos erróneamente optimistas previeron. La guerra va ganándose. Pero será larga. Y su coste, mucho más alto que el previsto. Claro que, comparado con el coste de perderla, cualquier esfuerzo es nimio.
El Gobierno de Rodríguez Zapatero tiene ante sí dos estrategias posibles. Dos sólo. O bien ser fiel a la alianza de civilizaciones inventada por los ayatolahs iraníes y sumar las unidades de nuestro ejército a la ofensiva yihadista contra los infieles yankis, o bien ser parte de la alianza militar que, bajo la dirección de los Estados Unidos, combate al islamismo. O estar con los asesinos del 11 de marzo, o estar con quienes los persiguen.
A mí no es que las lágrimas de la ministra me importen un bledo. Pero empiezo a hartarme ya de que me tomen por imbécil.
Algún día habrá que elegir bando. Los que nos matarán ya nos han elegido enfrente. Y actúan en consecuencia.
Morir mola; matar es facha. ¿A qué han ido las tropas del ejército español a un Afganistán que es hoy el punto más peligroso del planeta? A ganar una guerra, se supone. La que empezó en Nueva York un 11 septiembre de hace ya siete años. La que tiene como frentes esenciales, desde entonces, Afganistán e Irak: diques de contención de una ofensiva islamista que, de no ser derrotada allí, dará su final batalla sobre el continente europeo.
Con todo a su favor para ganarla. Hubiera tenido lógica enviar al ejército español a ambos frentes de combate. A hacer la guerra. O no enviar ningún soldado a ningún sitio, y proceder a la lógica que cifra el corpus doctrinario de la sensible ministra pacifista del pacifista y sensible presidente Zapatero: disolver el ejército y suplirlo por una red de onegés asistenciales.
Desertar en nombre de la paz del frente iraquí, al mismo tiempo que se enviaban «tropas de paz» -insuficientes para defenderse pero bastantes para hacerse matar- al frente afgano, es uno de los chistes más negros que ha dado la siempre tragicómica política española. Antes de enviar tropas -o, en su defecto, camilleros- a un territorio en guerra, es preciso explicitar los objetivos; que se alcancen o no, que todo acabe en victoria o derrota, es otra historia.
Cuando los Estados Unidos planifican la tenaza estratégica sobre Aganistán e Irak, el objetivo es transparente: quebrar, en el país sin Estado que era Afganistán, el mayor campo de entrenamiento yihadista del planeta; asentar, en Irak, una cuña democrática con la cual resquebrajar la monolítica financiación del yihadismo con cargo a los petrodólares del Golfo. Ambas operaciones se han revelado, al cabo, más difíciles de lo que cálculos erróneamente optimistas previeron. La guerra va ganándose. Pero será larga. Y su coste, mucho más alto que el previsto. Claro que, comparado con el coste de perderla, cualquier esfuerzo es nimio.
El Gobierno de Rodríguez Zapatero tiene ante sí dos estrategias posibles. Dos sólo. O bien ser fiel a la alianza de civilizaciones inventada por los ayatolahs iraníes y sumar las unidades de nuestro ejército a la ofensiva yihadista contra los infieles yankis, o bien ser parte de la alianza militar que, bajo la dirección de los Estados Unidos, combate al islamismo. O estar con los asesinos del 11 de marzo, o estar con quienes los persiguen.
A mí no es que las lágrimas de la ministra me importen un bledo. Pero empiezo a hartarme ya de que me tomen por imbécil.
Algún día habrá que elegir bando. Los que nos matarán ya nos han elegido enfrente. Y actúan en consecuencia.
1 comentario:
(Finalmente me picó el gusanillo de la blogosfera. Gracias por tu ayuda, la verdad es que no era tan dificil pero bueno... yo tampoco soy precisamente Bill Gates, JEJE.)
El problema de los gilis que nos gobiernan es que para ellos la violencia que se use para defender la libertad es exactamente igual que la violencia que intente imponer el totalitarismo. José Bono ya dijo, de hecho, que prefería "morir antes que matar".
Lo mismo da una que otra, por ello no sé que pintan los soldados españoles en Afganistán, salvo arriesgarse a que los maten (segundo país con más bajas en esa guerra después de los EEUU), no por que no tengan capacidad ni seguramente actitud sino porque nos están vendiendo que van allí a repartir aspirinas, tiritas, agua oxigenada y leche codensada, cuando la realidad es que tienen enfrente a un enemigo seguramente mucho más despiadado incluso que el de Irak.
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