Por Jana Beris (http://www.julianschvindlerman.com.ar/index-articulos.html)
Tras dos años y cuatro días de agonía, incertidumbre y una dolida y frágil esperanza, terminó la expectativa. Los soldados israelíes Ehud (Udi) Goldwasser y Eldad Regev, secuestrados el 12 de julio del 2006, en un ataque que desencadenó la guerra en Líbano, no volvieron vivos a casa sino que retornaron muertos, en ataúdes negros, que poco después, fueron cubiertos con la bandera de Israel. Hizbalá no sólo los secuestró, sino que también los asesinó.
Y aunque sería interesante saberlo, no importa demasiado, a los efectos de este comentario, si murieron en el ataque mismo tras el cual se les secuestró, inmediatamente o poco después, o si sobrevivieron semanas, meses y luego fueron baleados. Hizbalá los mató y sobre eso no hay duda alguna. Los atacó en territorio israelí, violando la frontera internacional, sin provocación alguna.
Este es el momento oportuno para recordar que en aquella infiltración de una célula armada de Hizbalá al lado israelí de la frontera, murieron otros dos soldados y uno resultó herido. El único que por milagro no sufrió lesiones físicas serias, se encuentra hasta hoy en estado de shock, lo que se conoce en hebreo como "hélem krav", un estado de alteración emocional seria debido a la experiencia que vivió y a las imágenes que vio.
Hay un abismo conceptual entre Israel y sus vecinos. Lo que para uno es un horror inconcebible, para el otro es un motivo de alegría y orgullo, razón para celebrar. Y está claro que Israel transmitió un mensaje moral al estar dispuesto a liberar a un despreciable asesino, para devolver a sus hijos a casa.
Hassan Nasrallah, jefe de Hizbalá, se vanaglorió recientemente –y ya lo había hecho antes- de haber identificado en Israel" que la vida es un valor supremo". Pero que esté claro: lo analizó como señal de debilidad, como quien encuentra el "talón de Aquiles" del enemigo.
Nasrallah tiene razón: Israel se apega a la vida. De eso deriva también el respeto a los muertos, inclusive los del enemigo. Y de ambas cosas, surge la lucha por recuperar a los soldados secuestrados, por devolverlos a casa, vivos o muertos. Por eso, cuando los féretros entraron a territorio israelí, fueron recibidos por soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel, que según testigos presenciales, les hicieron la venia en señal de respeto, con lágrimas en los ojos por compañeros a los que nunca habían conocido.
En lo que no tiene razón Nasrallah es en su tono de burla, en verlo como debilidad. Pero claro está que para quien la muerte es lo que debe glorificarse, resulta imposible entender argumentos sobre valores morales y comportamiento humano, inclusive en medio de guerra.
Tener un vecino como Hizbalá, es un cáncer para Israel. No sólo Hizbalá, sino todos aquellos para los que la vida no es lo primero, para los que el odio y el extremismo justifican todo. Es que esta gente tiene actitud de bárbaros, considera que todo le está permitido y juega con ello sabiendo que Israel no actúa como ellos, sino que se atañe a reglas de un país democrático y normal.
Por eso, mientras en Israel hay un cementerio para muertos del enemigo y a la entrada, un cartel pide respetar el lugar, del otro lado, se muestran órganos deshechos ante las cámaras. Por eso, mientras todo preso en Israel recibe visitas ordenadas de la Cruz Roja, cartas de sus familiares que no tienen motivo para dudar de su destino ni siquiera un momento, del otro se juega durante años con los sentimientos, ensañándose con las familias, sin decir hasta el último minuto si los soldados están vivos o muertos.
Así fue con los secuestrados en Har Dov en mayo del 2000, hasta que volvieron en ataúdes, en enero del 2004. Y así fue ahora, con Udi y Eldad.
Al concretarse la primera etapa del intercambio, Hizbalá jugó nuevamente en forma malvada, hasta último momento. Al llegar al puesto fronterizo de Rosh Hanikra un vehículo de Hizbalá con los soldados, su oficial de enlace reiteró ante los periodistas locales-y en presencia de la Cruz Roja-.que "hasta ahora, a pesar de las presiones internacionales y de la guerra en nuestra contra, no dijimos nada sobre el destino de los soldados", como si fuera gran motivo de orgullo.
"Ahora sabrán qué pasó"-agregó con una media sonrisa cínica. "¿Están vivos o muertos?"- preguntó un cronista en el lugar."Enseguida lo verán"-agregó, sin decir nada más. Y como si estuviera sobre un escenario, disfrutó al parecer al dar, con un movimiento de cabeza, la orden de sacar lo que había en su interior: se abrieron las puertas y dos hombres de Hizbalá sacaron los ataúdes negros.
Ni siquiera en el instante del intercambio, Hizbalá respetó ni por un momento a las familias, sabiendo que verían las imágenes de los féretros con sus hijos por televisión.
¿Pero acaso tenemos de qué sorprendernos?
No, en absoluto.
Sería un craso error ver en todos los árabes terroristas, creer que todos los musulmanes son extremistas fanáticos como Nasrallah de Hizbalá y considerar que todos los palestinos que critican a Israel son criminales. En absoluto. Pero hay algo en el entorno, en el ambiente general, que hace pensar que las voces cuerdas y normales quedan tragadas, que los conceptos básicos con los que se manejan allí, "del otro lado", están a años luz de los que se manejan en Israel.
De lo contrario, no podría entenderse que se reciba como héroe a Samir Kuntar, uno de los cinco terroristas liberados por Israel. Por más enemistad y discrepancias que haya ¿no tiene verguenza una madre libanesa, una madre palestina, un padre en cualquier parte del mundo árabe, al explicar a sus hijos que las transmisiones especiales por televisión y las celebraciones de victoria eran para recibir a un hombre que cuando tenía 17 años mató a balazos a un civil de 28 años ante la mirada de su hija de 4, rompiéndole luego el cráneo a la pequeña con la culata de su rifle y golpeándole la cabeza contra una roca hasta estar seguro de que había muerto?
El hecho es que no se oía ayer ninguna voz expresando reparos por los crímenes de Kuntar. Siguen presentándole como un "luchador por la libertad".
Pero no sólo a él se le esperaba como héroe. Entre los cuerpos sin vida de terroristas muertos que Israel devolvió, estaba el de Dalal el-Mughrabi, jefa de la célula palestina que perpetró en 1978 el así llamado "atentado de la carretera costera", en el que fueron asesinados 37 israelíes, familias de excursión, cuyo ómnibus fue secuestrado. Cuando se inició la confrontación con el ejército que trató de rescatar a los rehenes, al-Maghrabi comenzó a disparar, uno por uno, contra los pasajeros y luego hizo explotar el ómnibus con las personas que seguían atrapadas adentro.
Esa es otra de las "heroínas" que será venerada en ceremonias especiales en territorio libanés.
Y otro pensamiento, respecto a Líbano, este Líbano que declaró feriado nacional, día de fiesta, para recibir a los terroristas liberados por Israel, a los que vistió con trajes de comando apenas entraron a su territorio, como para dar a entender que "la guerra continúa".. "Este es un día de victoria del Líbano cristiano y del Líbano musulmán"- dijo el Sheikh Huder Nur-a-Din de Hizbalá. "Del Líbano chiíta y del Líbano sunita", agregó .
Pero Líbano no tiene nada que festejar, por más celebraciones que hagan en Nakura y en Beirut. Lo único que tiene Líbano, un país preso en manos de terroristas, son motivos para sentir vergüenza.
Y mientras allí, al otro lado de la frontera, los terroristas celebran, del lado israelí, se dejó bien claro el mensaje moral: Israel no deja solos a sus hijos. Se tortura a si mismo liberando a un cruel asesino, pero con ello lleva a digna sepultura a sus hijos Udi y Eldad. Por ellos y por todos aquellos que aún deberán salir al frente, sabiendo que no serán abandonados.
Sólo queda una opción. Lo único digno que puede hacer el gobierno israelí es llevar al Libano esa guerra que tanto anhelan. Pero, esta vez, una guerra de verdad. Una guerra que no deje piedra sobre piedra donde no debe dejarla. Una guerra que extermine a hezbolla, desde Nasrallah hasta el último mono. Una guerra que haga imposible física y moral de ese maldito país durante décadas. Una guerra que deje un mensaje muy claro a todos los enemigos de Israel.
Y aunque sería interesante saberlo, no importa demasiado, a los efectos de este comentario, si murieron en el ataque mismo tras el cual se les secuestró, inmediatamente o poco después, o si sobrevivieron semanas, meses y luego fueron baleados. Hizbalá los mató y sobre eso no hay duda alguna. Los atacó en territorio israelí, violando la frontera internacional, sin provocación alguna.
Este es el momento oportuno para recordar que en aquella infiltración de una célula armada de Hizbalá al lado israelí de la frontera, murieron otros dos soldados y uno resultó herido. El único que por milagro no sufrió lesiones físicas serias, se encuentra hasta hoy en estado de shock, lo que se conoce en hebreo como "hélem krav", un estado de alteración emocional seria debido a la experiencia que vivió y a las imágenes que vio.
Hay un abismo conceptual entre Israel y sus vecinos. Lo que para uno es un horror inconcebible, para el otro es un motivo de alegría y orgullo, razón para celebrar. Y está claro que Israel transmitió un mensaje moral al estar dispuesto a liberar a un despreciable asesino, para devolver a sus hijos a casa.
Hassan Nasrallah, jefe de Hizbalá, se vanaglorió recientemente –y ya lo había hecho antes- de haber identificado en Israel" que la vida es un valor supremo". Pero que esté claro: lo analizó como señal de debilidad, como quien encuentra el "talón de Aquiles" del enemigo.
Nasrallah tiene razón: Israel se apega a la vida. De eso deriva también el respeto a los muertos, inclusive los del enemigo. Y de ambas cosas, surge la lucha por recuperar a los soldados secuestrados, por devolverlos a casa, vivos o muertos. Por eso, cuando los féretros entraron a territorio israelí, fueron recibidos por soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel, que según testigos presenciales, les hicieron la venia en señal de respeto, con lágrimas en los ojos por compañeros a los que nunca habían conocido.
En lo que no tiene razón Nasrallah es en su tono de burla, en verlo como debilidad. Pero claro está que para quien la muerte es lo que debe glorificarse, resulta imposible entender argumentos sobre valores morales y comportamiento humano, inclusive en medio de guerra.
Tener un vecino como Hizbalá, es un cáncer para Israel. No sólo Hizbalá, sino todos aquellos para los que la vida no es lo primero, para los que el odio y el extremismo justifican todo. Es que esta gente tiene actitud de bárbaros, considera que todo le está permitido y juega con ello sabiendo que Israel no actúa como ellos, sino que se atañe a reglas de un país democrático y normal.
Por eso, mientras en Israel hay un cementerio para muertos del enemigo y a la entrada, un cartel pide respetar el lugar, del otro lado, se muestran órganos deshechos ante las cámaras. Por eso, mientras todo preso en Israel recibe visitas ordenadas de la Cruz Roja, cartas de sus familiares que no tienen motivo para dudar de su destino ni siquiera un momento, del otro se juega durante años con los sentimientos, ensañándose con las familias, sin decir hasta el último minuto si los soldados están vivos o muertos.
Así fue con los secuestrados en Har Dov en mayo del 2000, hasta que volvieron en ataúdes, en enero del 2004. Y así fue ahora, con Udi y Eldad.
Al concretarse la primera etapa del intercambio, Hizbalá jugó nuevamente en forma malvada, hasta último momento. Al llegar al puesto fronterizo de Rosh Hanikra un vehículo de Hizbalá con los soldados, su oficial de enlace reiteró ante los periodistas locales-y en presencia de la Cruz Roja-.que "hasta ahora, a pesar de las presiones internacionales y de la guerra en nuestra contra, no dijimos nada sobre el destino de los soldados", como si fuera gran motivo de orgullo.
"Ahora sabrán qué pasó"-agregó con una media sonrisa cínica. "¿Están vivos o muertos?"- preguntó un cronista en el lugar."Enseguida lo verán"-agregó, sin decir nada más. Y como si estuviera sobre un escenario, disfrutó al parecer al dar, con un movimiento de cabeza, la orden de sacar lo que había en su interior: se abrieron las puertas y dos hombres de Hizbalá sacaron los ataúdes negros.
Ni siquiera en el instante del intercambio, Hizbalá respetó ni por un momento a las familias, sabiendo que verían las imágenes de los féretros con sus hijos por televisión.
¿Pero acaso tenemos de qué sorprendernos?
No, en absoluto.
Sería un craso error ver en todos los árabes terroristas, creer que todos los musulmanes son extremistas fanáticos como Nasrallah de Hizbalá y considerar que todos los palestinos que critican a Israel son criminales. En absoluto. Pero hay algo en el entorno, en el ambiente general, que hace pensar que las voces cuerdas y normales quedan tragadas, que los conceptos básicos con los que se manejan allí, "del otro lado", están a años luz de los que se manejan en Israel.
De lo contrario, no podría entenderse que se reciba como héroe a Samir Kuntar, uno de los cinco terroristas liberados por Israel. Por más enemistad y discrepancias que haya ¿no tiene verguenza una madre libanesa, una madre palestina, un padre en cualquier parte del mundo árabe, al explicar a sus hijos que las transmisiones especiales por televisión y las celebraciones de victoria eran para recibir a un hombre que cuando tenía 17 años mató a balazos a un civil de 28 años ante la mirada de su hija de 4, rompiéndole luego el cráneo a la pequeña con la culata de su rifle y golpeándole la cabeza contra una roca hasta estar seguro de que había muerto?
El hecho es que no se oía ayer ninguna voz expresando reparos por los crímenes de Kuntar. Siguen presentándole como un "luchador por la libertad".
Pero no sólo a él se le esperaba como héroe. Entre los cuerpos sin vida de terroristas muertos que Israel devolvió, estaba el de Dalal el-Mughrabi, jefa de la célula palestina que perpetró en 1978 el así llamado "atentado de la carretera costera", en el que fueron asesinados 37 israelíes, familias de excursión, cuyo ómnibus fue secuestrado. Cuando se inició la confrontación con el ejército que trató de rescatar a los rehenes, al-Maghrabi comenzó a disparar, uno por uno, contra los pasajeros y luego hizo explotar el ómnibus con las personas que seguían atrapadas adentro.
Esa es otra de las "heroínas" que será venerada en ceremonias especiales en territorio libanés.
Y otro pensamiento, respecto a Líbano, este Líbano que declaró feriado nacional, día de fiesta, para recibir a los terroristas liberados por Israel, a los que vistió con trajes de comando apenas entraron a su territorio, como para dar a entender que "la guerra continúa".. "Este es un día de victoria del Líbano cristiano y del Líbano musulmán"- dijo el Sheikh Huder Nur-a-Din de Hizbalá. "Del Líbano chiíta y del Líbano sunita", agregó .
Pero Líbano no tiene nada que festejar, por más celebraciones que hagan en Nakura y en Beirut. Lo único que tiene Líbano, un país preso en manos de terroristas, son motivos para sentir vergüenza.
Y mientras allí, al otro lado de la frontera, los terroristas celebran, del lado israelí, se dejó bien claro el mensaje moral: Israel no deja solos a sus hijos. Se tortura a si mismo liberando a un cruel asesino, pero con ello lleva a digna sepultura a sus hijos Udi y Eldad. Por ellos y por todos aquellos que aún deberán salir al frente, sabiendo que no serán abandonados.
Sólo queda una opción. Lo único digno que puede hacer el gobierno israelí es llevar al Libano esa guerra que tanto anhelan. Pero, esta vez, una guerra de verdad. Una guerra que no deje piedra sobre piedra donde no debe dejarla. Una guerra que extermine a hezbolla, desde Nasrallah hasta el último mono. Una guerra que haga imposible física y moral de ese maldito país durante décadas. Una guerra que deje un mensaje muy claro a todos los enemigos de Israel.
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