Preciosa historia publicada en http://www.betisweb.com/ por recontrabetico:
La tarde de otoño caía sobre el pueblo vasco, pero todavía quedaba alguna hora de luz. Juan se sentó sobre unas ruinas que reposaban al pié de un descampado donde una veintena de niños perseguía con pasión un viejo balón.
Cerca, el puente colgante aparecía parado por una inoportuna avería. Juan tenía que esperar a que funcionase para pasar a Getxo, donde quería encontrar una nueva vida. A él siempre le había gustado el fútbol, hasta límites del apasionamiento, pero la maldita guerra le dejó una herencia de metralla en la pierna buena.
Esa guerra, de la que quería sólo recordar la tensa calma del frente del Ebro, jugando partidos interminables con un balón de cuero remendado mil veces ganado en una tregua a un equipo del bando contrario. Qué cosas. Ahora, la pierna le trae los duros recuerdos de los mordiscos de fuego de aquella granada de fabricación alemana.
Todo quedaba atrás y disfrutaba viendo jugar a los chavales del descampado. Jugaban alegres entre piedras y boquetes. Un despeje rebotó en uno de esos cascotes y botando fue a morir hasta el incómodo asiento de Juan.
Solícitos, pidieron el balón al desconocido, que olvidándose de su pierna dolorida, se puso a dar pataditas con lejana sapiencia. Uno de los chicos se acercó valiente y le preguntó si era jugador de fútbol. Juan comprendió que su aspecto actual no era el más parecido a un deportista. Contestó afirmativamente y sin darse cuenta ya tenía al grupo alrededor. Se sintió feliz de la compañía y les dijo que si querían escuchar una historia de balompié.
Los chavales, inmediatamente, hicieron un coro alrededor y lo observaban curiosos.
- Yo… - empezó - jugaba al fútbol en mi tierra.
Su acento andaluz delataba su origen al mismo tiempo que era divertido.
- Jugaba al fútbol como vosotros y decían que lo hacía muy bien. Estaba en un equipo infantil del Betis Balompié, ¿os suena...?
- Síii - dijeron a coro, pues había sido campeón en 1935 con muchos jugadores vascos.
Juan continuó...
- Éramos niños y lo que más no gustaba era ir los días de partido a ayudar a montar las porterías de un campo llamado De las Tablas Verdes. Era lo más grande, estar allí cuerpo a tierra viendo como nuestros mayores se batían en partidos increíbles, cómo corríamos buscando cualquier balón perdido. Pero en una de esas eliminatorias cainitas que tienen los sevillanos y que seguro que tendrán durante siglos, sucedió que dos jugadores paisanos vuestros, se llamaban Canda y Artola, no pudieron jugar el partido más importante de la eliminatoria porque todo un Capitán General no los dejó salir del cuartel para jugar el partido.
Los niños se quedaban extasiados escuchando a aquel forastero narrar con tanta emoción la historia mientras acariciaba el balón.
- A mí me llamó mi padre, que era tabernero cerca del campo y me dijo que el propio Presidente, Don Carlos Alarcón, le había dicho que jugaría el partido, que junto con mis pequeños compañeros defenderíamos al Betis Balompié. No veas, defender al Betis Balompié. Estábamos nerviosísimos. Y nos cayeron 22 goles.
Los niños miraban como extrañados que a pesar de contar lo de los 22 goles el orador se venía arriba, le brillaban los ojos.
- Pero os metieron un saco - dijo uno de ellos-.
- Es cierto, pero te aseguro que aquel equipo de niños como vosotros jamás será olvidado, precisamente por los béticos, porque a cada gol que nos marcaban más nos aplaudían los espectadores. Mi padre nunca estuvo más orgulloso de mí que aquel día que me enfrenté a gigantes. Todos los niños fuimos vitoreados por los béticos mientras que los de enfrente se sentían, pese a la goleada, extraños con lo que pasaba.
Los niños comprendieron la grandeza de aquel partido aunque Andalucía y Sevilla les sonaba a sitios muy calurosos y gentes de piel aceituna, como Juan, que a pesar de tocar los cuarenta años tenía cara y manos muy trabajadas por el sol.
Juan dejó caer el balón y lo cogió un chico que le daba bien... y siguieron jugando. Nuestro protagonista seguía las evoluciones del balón en los pies de los críos y veía como uno espigado tocaba bastante bien al balón. Le encantaba la visión de juego y las ganas que le echaba, cuánto le recordaba a él mismo.
El aire de la ría le llegaba salado y con ese aire llegó la noticia de que el puente había sido arreglado. Se levantó y llamó a ese chaval que tanto le gustaba...
- Eh, tú, el de la camisa de cuadros...
El chaval se acercó temeroso...
- Hijo, tienes madera de jugador, sigue así y llegarás a jugar en un grande... Mira, - y sacó una pequeña botellita de cristal de su bolsillo - en esta botella hay agua del Guadalquivir, del río con más historia del mundo, guárdala, te dará suerte...
El niño se alejó corriendo y Juan le hizo una última pregunta...
- ¿Cómo te llamas chaval...?
- Eusebio - contestó -.
- Yo me llamo Juan. Salud y Betis, Eusebio, Salud y Betis -dijo fuerte mientras cargaba sus escasas pertenencias -.
Y se alejó para nunca más verlo. Caían ya los últimos rayos de la tarde y el frío arreciaba. Eusebio salió corriendo para su casa con esa especie de espantada que dan los niños al terminar los juegos. Llevaba en la mano el regalo del forastero, corría calle arriba y al pasar frente a la Basílica de Santa María tropezó, cayendo el pequeño envase y haciéndose mil pedazos.
Con las rodillas marcadas en sangre por la dura piedra, Eusebio miró cómo en una grieta de la piedra todavía había ese agua de ese río que había escuchado en las clases de Don Pedro. Sin saber por qué, se humedeció los dedos con ese agua y se señaló la frente y las piernas...
Años más tarde... a finales de los años 50, paseaban por la calle Betis varios jugadores en las vísperas de jugar en casa del eterno rival, donde inauguraban oficialmente su campo. Dialogaban animadamente, pero Eusebio se quedó algo atrás... sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño tapón de corcho y lo tiró con fuerza al río mientras exclamaba SALUD Y BETIS JUAN.
Portu le preguntó si le pasaba algo y la respuesta fue una sonrisa...
La tarde de otoño caía sobre el pueblo vasco, pero todavía quedaba alguna hora de luz. Juan se sentó sobre unas ruinas que reposaban al pié de un descampado donde una veintena de niños perseguía con pasión un viejo balón.
Cerca, el puente colgante aparecía parado por una inoportuna avería. Juan tenía que esperar a que funcionase para pasar a Getxo, donde quería encontrar una nueva vida. A él siempre le había gustado el fútbol, hasta límites del apasionamiento, pero la maldita guerra le dejó una herencia de metralla en la pierna buena.
Esa guerra, de la que quería sólo recordar la tensa calma del frente del Ebro, jugando partidos interminables con un balón de cuero remendado mil veces ganado en una tregua a un equipo del bando contrario. Qué cosas. Ahora, la pierna le trae los duros recuerdos de los mordiscos de fuego de aquella granada de fabricación alemana.
Todo quedaba atrás y disfrutaba viendo jugar a los chavales del descampado. Jugaban alegres entre piedras y boquetes. Un despeje rebotó en uno de esos cascotes y botando fue a morir hasta el incómodo asiento de Juan.
Solícitos, pidieron el balón al desconocido, que olvidándose de su pierna dolorida, se puso a dar pataditas con lejana sapiencia. Uno de los chicos se acercó valiente y le preguntó si era jugador de fútbol. Juan comprendió que su aspecto actual no era el más parecido a un deportista. Contestó afirmativamente y sin darse cuenta ya tenía al grupo alrededor. Se sintió feliz de la compañía y les dijo que si querían escuchar una historia de balompié.
Los chavales, inmediatamente, hicieron un coro alrededor y lo observaban curiosos.
- Yo… - empezó - jugaba al fútbol en mi tierra.
Su acento andaluz delataba su origen al mismo tiempo que era divertido.
- Jugaba al fútbol como vosotros y decían que lo hacía muy bien. Estaba en un equipo infantil del Betis Balompié, ¿os suena...?
- Síii - dijeron a coro, pues había sido campeón en 1935 con muchos jugadores vascos.
Juan continuó...
- Éramos niños y lo que más no gustaba era ir los días de partido a ayudar a montar las porterías de un campo llamado De las Tablas Verdes. Era lo más grande, estar allí cuerpo a tierra viendo como nuestros mayores se batían en partidos increíbles, cómo corríamos buscando cualquier balón perdido. Pero en una de esas eliminatorias cainitas que tienen los sevillanos y que seguro que tendrán durante siglos, sucedió que dos jugadores paisanos vuestros, se llamaban Canda y Artola, no pudieron jugar el partido más importante de la eliminatoria porque todo un Capitán General no los dejó salir del cuartel para jugar el partido.
Los niños se quedaban extasiados escuchando a aquel forastero narrar con tanta emoción la historia mientras acariciaba el balón.
- A mí me llamó mi padre, que era tabernero cerca del campo y me dijo que el propio Presidente, Don Carlos Alarcón, le había dicho que jugaría el partido, que junto con mis pequeños compañeros defenderíamos al Betis Balompié. No veas, defender al Betis Balompié. Estábamos nerviosísimos. Y nos cayeron 22 goles.
Los niños miraban como extrañados que a pesar de contar lo de los 22 goles el orador se venía arriba, le brillaban los ojos.
- Pero os metieron un saco - dijo uno de ellos-.
- Es cierto, pero te aseguro que aquel equipo de niños como vosotros jamás será olvidado, precisamente por los béticos, porque a cada gol que nos marcaban más nos aplaudían los espectadores. Mi padre nunca estuvo más orgulloso de mí que aquel día que me enfrenté a gigantes. Todos los niños fuimos vitoreados por los béticos mientras que los de enfrente se sentían, pese a la goleada, extraños con lo que pasaba.
Los niños comprendieron la grandeza de aquel partido aunque Andalucía y Sevilla les sonaba a sitios muy calurosos y gentes de piel aceituna, como Juan, que a pesar de tocar los cuarenta años tenía cara y manos muy trabajadas por el sol.
Juan dejó caer el balón y lo cogió un chico que le daba bien... y siguieron jugando. Nuestro protagonista seguía las evoluciones del balón en los pies de los críos y veía como uno espigado tocaba bastante bien al balón. Le encantaba la visión de juego y las ganas que le echaba, cuánto le recordaba a él mismo.
El aire de la ría le llegaba salado y con ese aire llegó la noticia de que el puente había sido arreglado. Se levantó y llamó a ese chaval que tanto le gustaba...
- Eh, tú, el de la camisa de cuadros...
El chaval se acercó temeroso...
- Hijo, tienes madera de jugador, sigue así y llegarás a jugar en un grande... Mira, - y sacó una pequeña botellita de cristal de su bolsillo - en esta botella hay agua del Guadalquivir, del río con más historia del mundo, guárdala, te dará suerte...
El niño se alejó corriendo y Juan le hizo una última pregunta...
- ¿Cómo te llamas chaval...?
- Eusebio - contestó -.
- Yo me llamo Juan. Salud y Betis, Eusebio, Salud y Betis -dijo fuerte mientras cargaba sus escasas pertenencias -.
Y se alejó para nunca más verlo. Caían ya los últimos rayos de la tarde y el frío arreciaba. Eusebio salió corriendo para su casa con esa especie de espantada que dan los niños al terminar los juegos. Llevaba en la mano el regalo del forastero, corría calle arriba y al pasar frente a la Basílica de Santa María tropezó, cayendo el pequeño envase y haciéndose mil pedazos.
Con las rodillas marcadas en sangre por la dura piedra, Eusebio miró cómo en una grieta de la piedra todavía había ese agua de ese río que había escuchado en las clases de Don Pedro. Sin saber por qué, se humedeció los dedos con ese agua y se señaló la frente y las piernas...
Años más tarde... a finales de los años 50, paseaban por la calle Betis varios jugadores en las vísperas de jugar en casa del eterno rival, donde inauguraban oficialmente su campo. Dialogaban animadamente, pero Eusebio se quedó algo atrás... sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño tapón de corcho y lo tiró con fuerza al río mientras exclamaba SALUD Y BETIS JUAN.
Portu le preguntó si le pasaba algo y la respuesta fue una sonrisa...
En memoria del gran Eusebio Ríos, jugador, entrenador y secretario técnico del Real Betis Balompié. Y por supuesto, como tantos otros de nuestros símbolos, ninguneado y maltratado por el tirano.
¡Ayúdanos desde el Cuarto Anillo a conseguir un Betis Libre!
7 comentarios:
Pues viva el Betis, manque pierda!
Siempre explicas unas historias preciosas... mira... porque soy del Barça... pero acabarías convenciéndome!
pues ten cuidado que el Betis es un virus que cuando TE ELIGE ya es para toda la vida
saludos verdiblancos
Hoy por hoy, a mí me tiene atacada el virus ferrarista. O sea, mi pirro por la F1 y los Ferrari (Que conste que me gusta desde antes de que naciera Fernando Alonso!)
paco, vengo de pasar unos dias de vacaciones en sevilla ( me encanta ir a sevilla )... y me he comprado una camiseta donde va escrito :
MUSHO BETIS
MUSHO CALO
MUSHA GUASA
MUSHO DE TO !
aqui en francia no van a saber de que lengua se trata !!!
la proxima vez me compro la camiseta oficial del equipo supongo que sabras en que almacen la puedo encontrar !
saludos y gracias!
Desde aqui mando todo mi apoyo y cariño al imponente equipo de mi querido amigo.
VIVA EL BETIS!!
Paco, parece que tu equipo esta igual de mal que el mio (esta en peligro de descender). Me refiero por supuesto a mi Racing Club de Avellaneda. No obstante, nuestros equipos siempre poseen una hinchada que los aguanta y alienta de corazon, aunque gane o pierda, nos importa una m...
Andrés, nuestros equipos nos hacen sufrir pero ¿que valor tiene ser de los que siempre ganan? ¿te imaginas que aburrido? lo nuestro es vivir al límite del precipicio je je je ¡viva el Betis! y ¡viva el Racing Club de Avellaneda!
Dolores, esa camiseta que me dices es genial. la oficial del Betis la puedes encontrar en la Tienda oficial el club (está en el mismo estadio) y también en el Corte Inglés y similares.
un abrazo
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