viernes, 16 de mayo de 2008

Rubias peligrosas


Rubias peligrosas
Por Luis Margol
(http://findesemana.libertaddigital.com/)

¿Qué fue de las rubias peperas de los 90? ¿Acaso dejaron de teñirse? Me lo preguntaba el otro día un amable lector vía correo electrónico, principal fuente de información de todos los pobrecitos habladores de la nación. Como me recordaba Viva la Pepsi (otro lector), por aquel entonces el machismo era el principal argumento del discurso del PSOE, algo que los sociatas prefieren olvidar. A menos que alguien les refresque la memoria...
En El arte de la mentira política, el activista Jonathan Swift (en realidad John Arbuthnot) clasificaba los embustes de los políticos en tres tipos: calumnias, exageraciones y traslaciones. El primero consiste en arrebatar al hombre –o a la mujer– la reputación que se ganó justamente. Es recomendable que el difusor de la calumnia no invente cosas directamente opuestas a las cualidades conocidas de los calumniados, sino que dé a sus falacias un aire de verosimilitud. Así, por ejemplo, en 1995 Juan Alberto Belloch dedicó este gentil piropo a la gente de derechas:
La estética de la derecha me produce náuseas, con esas lacas, trajes y gestos.
Poco después, el alcalde de Zaragoza contraía matrimonio con la hiperenlacada, trajeadísima y siempre ostentosa Mari Cruz Soriano, a quien supongo habría conocido en algún cuarto oscuro.

Pero no crean que el zaragozano se fue de rositas. Ahí estaba Celia Villalobos para contestarle como se merecía:
No he visto nunca a nadie tan feo como Belloch.
Mientes, Celia, olvidas a tu marido.

En ambos casos, la mentira es creíble. Muchas mujeres de derechas olvidan que la laca no la huele quien se la aplica, sino el de al lado, aunque de eso a la náusea hay un largo trecho. En el caso de Celia, ella no dice: "Mi marido y Belloch son los hombres más feos del mundo", que sería lo más honrado, sino que se olvida del primero.
Mucho más inteligentes me parecen los improperios de las damas socialistas, las cuales combinan con especial finura calumnia y verdad.

"El PP tiene siete barbies que saca para todo, en primera fila y con minifalda" (Matilde Fernández, 1996). Y ahí estás tú, agachándote para ver si pescas algo, le respondería el mal pensado. Sea como fuere, es evidente que en el bollerismo español hubo un antes y un después del caso Marta Chávarri, aquella chica tan maja que una noche salió sin bragas. Algunas conservan la famosa foto de Interviú colgada y enmarcada en el salón de casa.

Amparo Rubiales, cuyo apellido llevará con más paciencia que el santo Job, también se refería a la cabellera y a las piernas de las peperas de antaño:
No queremos ser como las diez o doce rubias del PP, que creen que todo consiste en ser modernas y ponerse minifalda.
Viniendo de la doble de Elena Ceaucescu, el dicterio se me antoja un gran halago.

Es cierto que en aquellos años algunos teníamos la impresión de que los cursos de telegenia del PP debían de consistir en clases de cruce de piernas y corte y confección impartidas por Norma Duval ("Tres dedos por encima de la rodilla". "Atención, cruce a la derecha, ¡ya!"), y sin embargo la cosa nunca fue para tanto. Ellas también hablaban, y lo hacían muy bien. Por su parte, las socialistas recurrían al look señorona. Tapadas de la cabeza a los pies y enjoyadas hasta la cerviz, miraban fijamente a la cámara y nos decían aquello de: "Las pensiones las garantiza Felipe". Ahora las garantizará algún socio de Miguel Sebastián, que para el caso es lo mismo.

Cuando la memoria no era tan débil como ahora, algunos machos del PSOE también se atrevían con comentarios que en las circunstancias actuales les habrían enviado directamente a prisión:
A esa gorda [Cristina Almeida], en cuanto llegue a Bagdad, le van a poner un velo en la cara, y entonces se va a enterar.
Así hablaba Guillermo Galeote de la visita de la abogada feminista a Bagdad antes de la primera guerra del Golfo, la de Marta Sánchez.

En esta breve relación del viboreo progre (alguien debería tranquilizar a Carmen Chacón y decirle que todo está inventado) no podría faltar Isabel Tocino, una de las pocas lideresas del conservadurismo español de quien creo jamás se dijo algo inteligente. Juan Hormaechea, miembro de honor del club de la derechona del ladrillo, ésa que tanto seduce a los amigos de Sebastián –nunca imaginé que el morbo del albañil sudoroso diera para tanto–, la describió así en el año 1993:
Isabel Tocino es una tonta rubia meneando la melena: pide el voto durante cuatro días y desaparece durante cuatro años, no sabiendo si una vaca tiene cuatro tetas o cuatro patas.
Y él se pasó años sin saber la diferencia entre gasto público y ahorro privado.
En fin, que nada que les cuente sobre la imagen de los políticos es nuevo. Todo y más ya lo dijeron otros, sobre todo los progres, que como todo el mundo sabe suelen dictar reglas que nunca valen para ellos. Y no me refiero a las cosas que según un conocido mío que trabaja como reportero se oyeron durante la manifestación del 1 de Mayo referidas a Pedro Zerolo y a sus maribolches de alquiler (les apuesto lo que quieran a que si esos comentarios los hubieran hecho los de derechas, en este momento el fiscal general del Estado ya habría abierto diligencias contra media España). Les hablo del peligroso sesgo catalanofóbico que exhiben algunos presentadores de los canales de televisión de Sogecable.

Sin ir más lejos, el otro día el conductor de El octavo mandamiento, una tertulia sobre los medios que dan en Localia, se quejaba sobre la supuesta compra del triunfo de Massiel en Eurovisión aireada en un documental de La Sexta. Escandalizado por el aprovechamiento que Mediapro estaba haciendo del festival, pagado por Televisión Española con el dinero de todos los españoles, añadía: "Hemos pasado del señorito andaluz al señorito catalán". Ustedes mismos.

Dobles raseros aparte (¿de quién es el dicho que dice que la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud? De algún miembro del Comité Federal del PSOE), lo cierto es que algunos nos preguntamos qué ocurrió para que de repente el PP pasara de ser tildado de moderno a ser visto como el partido de la roña. Ese "yo soy así y no voy a cambiar" tan típico de la derecha española es, además de un insulto a los votantes, de una miopía intolerable. Espe, que sabe que en la democracia televisada sólo eres lo que pareces, y que aquí no hay imagen propia que valga, se aplicó el cuento y de la noche a la mañana pasó del trajecito Channel a la falda de C&A. Pero aparte de ella y de algún otro (Gustavo de Arístegui, que a pesar de ir vestido de su bisabuelo tiene mucho estilo, y Daniel Sirera, la mejor barba de tres días después de la de Miguel Bosé), al resto no hay por donde cogerlo.

Pensé que la renovación pepera se reduciría a la contratación de un equipo de logopedas y asesores de imagen que afeitasen unas cuantas barbas y corrigieran los molestos frenillos y gangosidades que se gastan Acebes y Rajoy (Fraga y Aznar son batallas perdidas). Pero en vez del urgente cambio de imagen y sonido nos hemos encontrado con una estampida digna de aquellas películas de Tarzán –¡sociata el último!–. A menos que uno tenga el estilazo del divino Nacho Montes, la excentricidad chic de Boris... Johnson, o la labia del jefe, aquí el derecho a la imagen se limita a la ropa interior, siempre que no marque. A ver si se enteran.

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