Por Julián Schvindlerman
Libertaddigital.com
Reenvia: www.porisrael.org
Si los izquierdistas pro-islamistas de Occidente que solemos encontrar en las manifestaciones contrarias a Israel y a Estados Unidos se molestaran en leer más cuidadosamente a Karl Marx, podrían llevarse una sorpresa ingrata.
En tiempos de la Guerra de Crimea (1853-1856), el pensador alemán abordó en sus escritos la “cuestión oriental” con una franqueza tal que provocaría escozor a los políticamente correctos progresistas actuales. Escribió Marx: “El Corán y la legislación musulmana que emana de él reducen la geografía y la etnografía de los varios pueblos a la distinción convenientemente simple de dos naciones y de dos países; el Fiel y el Infiel. El Infiel es harby, es decir, el enemigo. El islamismo proscribe la nación de los Infieles, postulando un estado de hostilidad permanente entre el musulmán y el no-creyente”. Esta completamente acertada observación marxista acerca de la religión mahometana sería a su vez confirmada a principios del siglo XX por Hanafi Muzzafar, un volga tártaro quién dijo: “El pueblo musulmán se unirá al comunismo; como el comunismo, el Islam rechaza al nacionalismo estrecho”. Este repudio al nacionalismo se sostenía en una premisa sencilla. Según este musulmán socialista, “El Islam es internacional y reconoce sólo la hermandad y la unidad de todas las naciones bajo la pancarta del Islam”. Esto provenía de un socialista, no de un fundamentalista religioso.
Tan convencido estaba Marx de la xenofobia presente en el Islam que llegó incluso a escribir apologéticamente respecto del colonialismo occidental: “En tanto que el Corán trata a todos los foráneos como enemigos, nadie se atreverá a presentarse en un país musulmán sin haber tomado precauciones. Los primeros mercaderes europeos, por ende, que arriesgaron las chances del comercio con semejante gente, se esforzaron en asegurarse un tratamiento excepcional y privilegios originalmente personales, pero posteriormente extendidos a toda su nación. He aquí el origen de la capitulaciones”. Marx entendía que el laicismo debía imperar para que la revolución tuviera alguna posibilidad de darse en esas tierras lejanas: “…si se pudiese abolir su sometimiento al Corán por medio de la emancipación civil, se cancelaría, al mismo tiempo, su sometimiento al clero, y se provocaría una revolución en sus relaciones sociales, políticas, y religiosas…”. Al mismo tiempo, él no tenía demasiadas esperanzas en el espíritu proletario de las masas musulmanas: “Ciertamente habrá, tarde o temprano, una necesidad absoluta de liberar una de las mejores partes de este continente del gobierno de la turba, con la que comparada el populacho de la Roma Imperial era una reunión de sabios y héroes”. Por su parte, Friedrich Engels no parecía tener mayor respeto por las instituciones públicas de los musulmanes. En una carta enviada a Marx, escribió: “El gobierno en el Este siempre ha tenido solamente tres departamentos: Finanzas (p/ej. robar a los habitantes del país), Guerra (p/ej. robar a los ciudadanos del país y de otros países), y Obras Públicas (preocupación por la ´reproducción´)”.
Claramente, el sentimiento comunista encendió el interés de un sector de la intelectualidad islámica. Mir-Said Sultán-Galiev, titular de la sección musulmana del Partido Comunista ruso y protegido de Stalin en la Comisaría de Nacionalidades, opinó en 1918: “Todos los pueblos musulmanes colonizados son pueblos proletarios y como casi todas las clases en la sociedad musulmana han sido oprimidas por los colonialistas, todas las clases tienen el derecho de ser llamadas ´proletarias´”. Sultán-Galiev murió cinco años después, víctima de una purga estalinista. Pero a diferencia de sus camaradas en Europa, las masas islámicas del Medio Oriente permanecieron en general indiferentes al llamado de los comunistas. El eminente historiador Walter Laqueur (de quién he tomado las citas de Marx y Engels) ha trazado un panorama de la situación en su tratado Communism and Nationalism in the Middle East. Durante los años cincuenta, por ejemplo, en plena Guerra Fría Austria podía sentirse orgullosa de tener más comunistas en su tierra que los que había en todo el Medio Oriente combinado. En Holanda había veinte veces más comunistas que los que había en Sudán, quince veces más que los que había en Jordania, y diez veces más que los que había en Turquía. Todos los partidos comunistas de Egipto, Siria, El Líbano, e Irak juntos apenas lograban igualar o levemente superar el número de comunistas en Bélgica. Estos guarismos son especialmente elocuentes a la luz de que dejamos fuera de la comparación a Francia y a Italia, países donde el movimiento comunista mostró su mayor fortaleza.
Los izquierdistas radicales que hoy adornan las manifestaciones musulmanas en las capitales de Occidente podrán estar siguiendo el lema de Molotov “Todos los caminos conducen al comunismo”, pero sus camaradas ocasionales en la lucha contra el orden establecido tienen otras metas en mente. Ellos no luchan por un mundo más igualitario, sino por un mundo más islámico. Por extraño que esto parezca a los pseudo-progresistas modernos, para el fundador del comunismo ésta era una verdad evidente.
Si los izquierdistas pro-islamistas de Occidente que solemos encontrar en las manifestaciones contrarias a Israel y a Estados Unidos se molestaran en leer más cuidadosamente a Karl Marx, podrían llevarse una sorpresa ingrata.
En tiempos de la Guerra de Crimea (1853-1856), el pensador alemán abordó en sus escritos la “cuestión oriental” con una franqueza tal que provocaría escozor a los políticamente correctos progresistas actuales. Escribió Marx: “El Corán y la legislación musulmana que emana de él reducen la geografía y la etnografía de los varios pueblos a la distinción convenientemente simple de dos naciones y de dos países; el Fiel y el Infiel. El Infiel es harby, es decir, el enemigo. El islamismo proscribe la nación de los Infieles, postulando un estado de hostilidad permanente entre el musulmán y el no-creyente”. Esta completamente acertada observación marxista acerca de la religión mahometana sería a su vez confirmada a principios del siglo XX por Hanafi Muzzafar, un volga tártaro quién dijo: “El pueblo musulmán se unirá al comunismo; como el comunismo, el Islam rechaza al nacionalismo estrecho”. Este repudio al nacionalismo se sostenía en una premisa sencilla. Según este musulmán socialista, “El Islam es internacional y reconoce sólo la hermandad y la unidad de todas las naciones bajo la pancarta del Islam”. Esto provenía de un socialista, no de un fundamentalista religioso.
Tan convencido estaba Marx de la xenofobia presente en el Islam que llegó incluso a escribir apologéticamente respecto del colonialismo occidental: “En tanto que el Corán trata a todos los foráneos como enemigos, nadie se atreverá a presentarse en un país musulmán sin haber tomado precauciones. Los primeros mercaderes europeos, por ende, que arriesgaron las chances del comercio con semejante gente, se esforzaron en asegurarse un tratamiento excepcional y privilegios originalmente personales, pero posteriormente extendidos a toda su nación. He aquí el origen de la capitulaciones”. Marx entendía que el laicismo debía imperar para que la revolución tuviera alguna posibilidad de darse en esas tierras lejanas: “…si se pudiese abolir su sometimiento al Corán por medio de la emancipación civil, se cancelaría, al mismo tiempo, su sometimiento al clero, y se provocaría una revolución en sus relaciones sociales, políticas, y religiosas…”. Al mismo tiempo, él no tenía demasiadas esperanzas en el espíritu proletario de las masas musulmanas: “Ciertamente habrá, tarde o temprano, una necesidad absoluta de liberar una de las mejores partes de este continente del gobierno de la turba, con la que comparada el populacho de la Roma Imperial era una reunión de sabios y héroes”. Por su parte, Friedrich Engels no parecía tener mayor respeto por las instituciones públicas de los musulmanes. En una carta enviada a Marx, escribió: “El gobierno en el Este siempre ha tenido solamente tres departamentos: Finanzas (p/ej. robar a los habitantes del país), Guerra (p/ej. robar a los ciudadanos del país y de otros países), y Obras Públicas (preocupación por la ´reproducción´)”.
Claramente, el sentimiento comunista encendió el interés de un sector de la intelectualidad islámica. Mir-Said Sultán-Galiev, titular de la sección musulmana del Partido Comunista ruso y protegido de Stalin en la Comisaría de Nacionalidades, opinó en 1918: “Todos los pueblos musulmanes colonizados son pueblos proletarios y como casi todas las clases en la sociedad musulmana han sido oprimidas por los colonialistas, todas las clases tienen el derecho de ser llamadas ´proletarias´”. Sultán-Galiev murió cinco años después, víctima de una purga estalinista. Pero a diferencia de sus camaradas en Europa, las masas islámicas del Medio Oriente permanecieron en general indiferentes al llamado de los comunistas. El eminente historiador Walter Laqueur (de quién he tomado las citas de Marx y Engels) ha trazado un panorama de la situación en su tratado Communism and Nationalism in the Middle East. Durante los años cincuenta, por ejemplo, en plena Guerra Fría Austria podía sentirse orgullosa de tener más comunistas en su tierra que los que había en todo el Medio Oriente combinado. En Holanda había veinte veces más comunistas que los que había en Sudán, quince veces más que los que había en Jordania, y diez veces más que los que había en Turquía. Todos los partidos comunistas de Egipto, Siria, El Líbano, e Irak juntos apenas lograban igualar o levemente superar el número de comunistas en Bélgica. Estos guarismos son especialmente elocuentes a la luz de que dejamos fuera de la comparación a Francia y a Italia, países donde el movimiento comunista mostró su mayor fortaleza.
Los izquierdistas radicales que hoy adornan las manifestaciones musulmanas en las capitales de Occidente podrán estar siguiendo el lema de Molotov “Todos los caminos conducen al comunismo”, pero sus camaradas ocasionales en la lucha contra el orden establecido tienen otras metas en mente. Ellos no luchan por un mundo más igualitario, sino por un mundo más islámico. Por extraño que esto parezca a los pseudo-progresistas modernos, para el fundador del comunismo ésta era una verdad evidente.
A ver si se entera Cayo el Capullo, ese que va a conseguir hacer bueno al irrecuperable Llamazares, y toda esa manada de izquierdistas sobrevenidos con rancio pasado franquista.
2 comentarios:
Es una pena, pero no se va a enterar. ¿O acaso crees que ha leido a Marx? o mejor dicho... ¿crees que ha leido algo, alguna vez?
Verás PacoBetis, Marx sólo hubo uno. Este hombre se tiró toda su vida estudiando y aprendiendo, de ahí lo acertado de todos sus análisis sociales, económicos y políticos, ¿crees tú que los progresillos de hoy día, ignorantes y paletos, pueden entender lo que este hombre decía?
...Si Marx levantara la cabeza...fundaría la V Internacional para expulsarlos A TODOS!!
Saludos!
Publicar un comentario