Carta abierta a los placentinos en el día de conmemoración de la expulsión de los judíos
Nunca he entendido las identidades cerradas. Supongo que cada placentino es en sí mismo un mundo entero configurado en cada conversación, cada palabra dicha o callada, cada abrazo, cada enfrentamiento, cada amigo o enemigo que se ha cruzado en su vida. Así eran Mayr, Isaque y Mosé Cohen o sus vecinos Yehudá Abenataf, Salomón Matraco, o Abraham de Aloya. Eran personas únicas e irremplazables que paseaban por estas calles a veces enfadados, otras tristes, muchas veces alegres y, sobre todo, ingenuos ante lo que un día se avecinaría.
Así, si les hablo de Juan Gutierrez, de Iñigo López Vallejo, de Diego Pérez del Castillo, de Vasco Chamizo o de Pedro de Plasencia muchos se sentirán más cercanos a cada hombre, mujer, anciano o niño que tuvo que abandonar su ciudad, su tierra y su hogar cuando aquel 31 de marzo de 1492, tal día como hoy, se firmó el edicto de expulsión contra los judíos. Y no les digo esos nombres y esos apellidos por casualidad. Les dejo pistas, notas para que investiguen cuántos de aquellos hombres y mujeres tuvieron que cambiar sus nombres y apellidos por estos otros, que ahora nos suenan más cercanos, con la intención de pasar por buenos cristianos, ocultos y disimulados.
Y cuento esto porque a veces uno piensa que los expulsados fueron otros, tan distintos y lejanos a nosotros, que parece que no tuvieran nada que ver con nosotros mismos. Eran los placentinos de hace quinientos años, vivían aquí, estuvieron antes que nosotros, habitaban nuestras casas, paseaban por nuestras calles, tenían carnicerías donde ahora nosotros tenemos bonitas tiendas de ropa. Ellos éramos nosotros y nosotros podríamos ser ellos.
Sólo hay algo, quizás un detalle o quizás no, algo que no debería olvidarse, algo por lo que se les señaló, se les identificó, se les clasificó, estigmatizó, juzgó y condenó. Esos hombres, mujeres, ancianos y niños eran judíos. Y, entonces, cada matiz que les configuraba en su identidad única de seres individuales quedó olvidada para ser sólo eso, judíos. Como si sus abrazos, sus buenas, malas o regulares acciones en la vida, sus amistades, sus palabras dichas y calladas ya no contasen. Ahora eran sólo judíos, sólo una estrella de David amarilla pegada al pecho. Lo importante ahora era que encendían velas los viernes y los demás no, que no trabajaban los sábados y los demás sí, que leían un libro que los demás también leían pero lo leían diferente, en un sitio distinto, al que llamaban sinagoga. Eso no podía permitirse. Ya no eran personas, eran judíos. Había que echarlos… ¿echarlos de dónde y hacia dónde? Cómo si no pertenecieran a esta tierra, cómo si vinieran de otro sitio distinto y hubieran ocupado la ciudad ilegítimamente. Eran placentinos, posiblemente más placentinos que cualquiera de nosotros si miramos el tiempo que vivieron en su amada tierra. Pero eso ya no contaba. Eran judíos, sucios, herejes y peligrosos. Había que expulsarlos.
Y así fue, salieron de su hogar. Algunos regresaron años después camuflados en nombres muy cristianos. Mirad entre los Santa María, los Cruz y los Cristo si no sigue, afortunadamente entre nosotros, su legado, su huella, su impronta en lo que somos y en lo que podemos llegar a ser.
Hoy es un día triste si lo recordamos con tristeza, pero preguntad a cada judío sefardita repartido por el mundo que salió de España cómo se siente al mirar su Sefarad. Preguntad y mirad. No encontraréis en ellos ni una pizca de odio, ni una gota de resentimiento. Cada sefardí recuerda su amada España con nostalgia, con una sonrisa en los labios por un lejano mundo en el que sus antepasados vivieron felices a pesar de todo. Conoced a esos judíos, a esas personas únicas, mágicas e irremplazables y veréis que por el mundo hay repartidos miles de embajadores de una tierra que todavía la consideran suya. Quizás nadie puede expulsar a alguien de un sitio al que ya pertenece. En cada familia sefardí hay un deseo de visitar su tierra, su antiguo hogar, su amada Sefarad. Tal vez hoy recordándoles les hayamos hecho más felices y les hayamos tendido entre todos una mano amiga, sincera y honesta, que les invita a pasear, visitar y conocer su ciudad, su historia y, sobre todo, su intrahistoria, cada una de esas pequeñas historias individuales que conforma lo que somos.
Nicolás Paz Alcalde
Casa Bethona, Jerte, Extremadura”
Extraido de: http://www.es-israel.org/
Así, si les hablo de Juan Gutierrez, de Iñigo López Vallejo, de Diego Pérez del Castillo, de Vasco Chamizo o de Pedro de Plasencia muchos se sentirán más cercanos a cada hombre, mujer, anciano o niño que tuvo que abandonar su ciudad, su tierra y su hogar cuando aquel 31 de marzo de 1492, tal día como hoy, se firmó el edicto de expulsión contra los judíos. Y no les digo esos nombres y esos apellidos por casualidad. Les dejo pistas, notas para que investiguen cuántos de aquellos hombres y mujeres tuvieron que cambiar sus nombres y apellidos por estos otros, que ahora nos suenan más cercanos, con la intención de pasar por buenos cristianos, ocultos y disimulados.
Y cuento esto porque a veces uno piensa que los expulsados fueron otros, tan distintos y lejanos a nosotros, que parece que no tuvieran nada que ver con nosotros mismos. Eran los placentinos de hace quinientos años, vivían aquí, estuvieron antes que nosotros, habitaban nuestras casas, paseaban por nuestras calles, tenían carnicerías donde ahora nosotros tenemos bonitas tiendas de ropa. Ellos éramos nosotros y nosotros podríamos ser ellos.
Sólo hay algo, quizás un detalle o quizás no, algo que no debería olvidarse, algo por lo que se les señaló, se les identificó, se les clasificó, estigmatizó, juzgó y condenó. Esos hombres, mujeres, ancianos y niños eran judíos. Y, entonces, cada matiz que les configuraba en su identidad única de seres individuales quedó olvidada para ser sólo eso, judíos. Como si sus abrazos, sus buenas, malas o regulares acciones en la vida, sus amistades, sus palabras dichas y calladas ya no contasen. Ahora eran sólo judíos, sólo una estrella de David amarilla pegada al pecho. Lo importante ahora era que encendían velas los viernes y los demás no, que no trabajaban los sábados y los demás sí, que leían un libro que los demás también leían pero lo leían diferente, en un sitio distinto, al que llamaban sinagoga. Eso no podía permitirse. Ya no eran personas, eran judíos. Había que echarlos… ¿echarlos de dónde y hacia dónde? Cómo si no pertenecieran a esta tierra, cómo si vinieran de otro sitio distinto y hubieran ocupado la ciudad ilegítimamente. Eran placentinos, posiblemente más placentinos que cualquiera de nosotros si miramos el tiempo que vivieron en su amada tierra. Pero eso ya no contaba. Eran judíos, sucios, herejes y peligrosos. Había que expulsarlos.
Y así fue, salieron de su hogar. Algunos regresaron años después camuflados en nombres muy cristianos. Mirad entre los Santa María, los Cruz y los Cristo si no sigue, afortunadamente entre nosotros, su legado, su huella, su impronta en lo que somos y en lo que podemos llegar a ser.
Hoy es un día triste si lo recordamos con tristeza, pero preguntad a cada judío sefardita repartido por el mundo que salió de España cómo se siente al mirar su Sefarad. Preguntad y mirad. No encontraréis en ellos ni una pizca de odio, ni una gota de resentimiento. Cada sefardí recuerda su amada España con nostalgia, con una sonrisa en los labios por un lejano mundo en el que sus antepasados vivieron felices a pesar de todo. Conoced a esos judíos, a esas personas únicas, mágicas e irremplazables y veréis que por el mundo hay repartidos miles de embajadores de una tierra que todavía la consideran suya. Quizás nadie puede expulsar a alguien de un sitio al que ya pertenece. En cada familia sefardí hay un deseo de visitar su tierra, su antiguo hogar, su amada Sefarad. Tal vez hoy recordándoles les hayamos hecho más felices y les hayamos tendido entre todos una mano amiga, sincera y honesta, que les invita a pasear, visitar y conocer su ciudad, su historia y, sobre todo, su intrahistoria, cada una de esas pequeñas historias individuales que conforma lo que somos.
Nicolás Paz Alcalde
Casa Bethona, Jerte, Extremadura”
Extraido de: http://www.es-israel.org/
1 comentario:
Hola,
Dime una dirección de e-mail donde escribirte. Tengo una información que quizá te interese incluir en tu blog.
Mi correo: janaru@gmail.com
Un saludo
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